18.6.11

En cuanto me hiciste meterme en el coche, lo primero que hice fue apoyar la cabeza, que parecía que iba a explotar, sobre el cristal, que parecía tener una temperatura capaz de calmar el tremendo mareo de ese momento.
Bonitas esperanzas, pero se quedan en eso.
Llegó el momento de escuchar cada una de tus quejas y contemplaciones, acatarlas, callar, sin oponer resistencia o muestras de no querer tener nada que ver con tu asunto, que te empeñas en convertir de mi propiedad.
Debería ser un día feliz y especial para mí, pero mi expresión ha demostrado que esto no es así ni va a serlo.
La diversión no tiene peso suficiente para contrarrestrar el peso de las preocupaciones en la balanza en la que últimamente se ha convertido mi mente.
Comparar, evaluar y decidir. Quizás mi vida se haya limitado a eso, pero...¿Qué ocurre cuando te privan del derecho a decidir?
Al llegar a éstas conclusiones, a estas alturas, es cuando por fin me doy cuenta de que puede que éste estado sea permanente, que estoy atrapada en un círculo que yo misma alimento sin darme cuenta.
¿Cúales son mis motivaciones?¿ A caso siguen ahí para hacerme continuar incluso en los peores momentos, como ahora?
Un mal momento que dio comienzo en el alejado mes de septiembre del año pasado....que continúa y amenaza con quedarse a mi lado de por vida.
Es posible que el ligero toque misantrópico que lleva consigo el no querer ver a nadie, el hecho de aceptar de que nada puede hacerme feliz, que entretenimientos tan mundanos, ordinarios, y aún así satisfactorios como son las fiestas de una localidad no sea capaz de aportarme más que un grave complejo de inferioridad, sensación de inseguridad, frustración y un dolor de cabeza importante.
Mi cerebro ya no está capacitado para albergar más información dañina, puede decirse que debería poner mi disco duro en cuarentena, si eso fuera posible.

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