19.1.11

La brisa nocturna irrumpe en la habitación inundando el ambiente lentamente y se apropia de ella junto a la quietud que esta ya confirió con anterioridad tras la pérdida de actividad en su interior.
Ese mismo aire, que en un principio trajo consigo el fresco que perpetua en las noches frías de enero, incendia al mismo tiempo fuera de aquel lugar, quema como una vela, vela que pretende regalar los últimos momentos de claridad y calidez en los breves instantes que restan para que su fuego se consuma por completo, que devora ferozmente la escasa mecha que perdura entre la cera, que yace deforme sobre la superficie sobre la que se encuentra, derretida, pero con firme consistencia debido el tiempo que ha tenido para enfriarse y hacer eterno su amorfismo.
Nada hay de extraño, nadie mostraría disconformidad ante este hecho, nadie es consciente, a nadie le importa, puede que todo carezca de la importancia que antes tenía, nada mantiene su valor inicial, la oscuridad se cierne sobre el mundo a la velocidad que la vela se consume.

La última gota incandescente recorre el camino lleno de obstáculos que sus compañeras han originado....Y en el momento en el que aquella intrépida e insignificante gota, estaba próxima a caer, antes de quedar liberada, comienza a enfriarse, a congelarse, hasta quedar en última instancia suspendida en el aire, sujeta a las demás, atrapada.

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